




La Villa Uraján no se alza, se revela. Es la heredera silenciosa de la montaña, una estructura de madera y cristal que no interrumpe el paisaje, sino que lo enmarca. Dentro, la línea entre el refugio y el bosque se desdibuja; el murmullo del viento y el crepitar de la chimenea se funden en una sola canción de tranquilidad.
Aquí, cada amanecer no se ve, se vive a través de sus vastos ventanales, ofreciendo no una estadía, sino una profunda inmersión en la quietud primordial de la naturaleza.